miércoles, 24 de octubre de 2007

Moscato, pizza y fainá


Anoche fuimos a ver un concierto.

La iglesia de San Ignacio de Loyola, la mas antigua de Buenos Aires, próxima a cumplir sus 300 años, ha iniciado una campaña en pro de la restauración y puesta en valor de su hermoso edificio.
Para juntar fondos se organizó el 2do Festival de Música Antigua Barroca Iberoamericana, los conciertos se están dando en las iglesias del casco histórico y ayer le tocó a la parroquia de San Pedro Telmo.

Estaba colmado de gente, muchos señores de traje y corbata y señoras bien arregladitas, estiradas y con perfume francés, que a la hora de entrar se las rebuscaron para pasar por el costadito sin pagar el bono contribución ($10- $30 o $50)
El de anoche fue particularmente hermoso. El Grupo de Canto Coral que dirige Néstor Andrenacci, que es uno de los mas prestigiosos del continente, con el acompañamiento de un conjunto instrumental, repasó la música que se escuchó en las catedrales americanas durante los siglos XVI y XVII, centrándose en las obras de Gaspar Fernández, un compositor portugués de la segunda mitad del siglo XVI, al que le gustaba hacer parodias del habla de los distintos grupos étnicos de América, incluyendo a los indios, los esclavos de Guinea y los gallegos. De ellos tomaba no solamente el habla sino su música,que reelaboraba polifónicamente.

Después de disfrutar el concierto salimos caminando por Defensa, mirando a los turistas que aún a esa hora andan cerveceando por San Telmo, y nos detuvimos en Pirillo (Defensa casi Independencia , "la mejor pizza de Buenos Aires" ). Comimos de parado, servidas con el pedacito de papel de estrasa, unas porciones de muzzarella y unas de fugazzeta chorreante. Mortal!

Cuando terminamos, dedos aceitosos y sabor a moscato, ya se había esfumado toda ese aura de culturosa santidad que se me había pegado al escuchar la música de las misiones jesuíticas durante mas de una hora.
Y sali tarareando "moscato, pizza y fainá" al mejor estilo de Menphis la blusera!

Que se le va a hacer!

La foto: La Iglesia de San Ignacio tomada hoy al mediodía desde la esquina de mi depto.

lunes, 22 de octubre de 2007

La tumba de Rufina

Hace algunos días hice un paseo por el Cementerio de la Recoleta, en pleno corazón de Buenos Aires.

Visitar cementerios puede parecer un programa poco seductor, sin embargo con una cámara de fotos en la mano y una guía, se descubren cosas fascinantes.

Rufina era hija del escritor Eugenio Cambaceres. Una de las más preciadas damas de la alta sociedad de la Buenos Aires del 1900.
Una noche, mientras se preparaba para una salida al teatro, se desvaneció. Inmediatamente su madre llamó a los médicos para que la asistieran, pero luego de revisarla le dieron la terrible noticia que su joven hija estaba muerta. Fue el 31 de Mayo de 1902 y sólo tení­a 19 años.

Esa misma noche su ataúd fue depositado en la bóveda familiar del Cementerio de la Recoleta, junto a los restos de su padre.
Unos dí­as mas tarde, los guardias del cementerio descubrieron que el féretro estaba caído y llamaron a sus familiares.

Cuando abrieron, encontraron a la joven magullada, las paredes del ataúd arañadas y su rostro y manos lastimadas, Rufina había sido víctima de un ataque de catalepsia, esa enfermedad que apaga todos los signos vitales y presa del pánico, y al verse encerrada en su propia tumba, murió asfixiada. La medicina de la época no supo diferenciar ese estado del de la muerte, condenando a la señorita Cambaceres a un entierro en vida.

Aparentemente, su madre la drogaba todas las noches con un tranquilizante, de modo que la chica durmiera mientras ella tenía relaciones con su amante, que encima era el novio de Rufina. Pero la noche de la supuesta muerte habría redoblado la dosis. El novio se suicidó veinte días después, frente al Café Tortoni.

Un año después, la familia hizo construir una bóveda art nouveau: la estatua de Rufina (obra del alemán Richard Aigner) está en la puerta y tiene una mano apoyada en el picaporte, como si al fin pudiera salir.
Su ataúd es el único de un solo bloque de mármol milanés en toda la Recoleta.
Los cementerios siempre me han fascinado. Todas las ciudades del mundo esconden en sus grises cementerios, un fragmento de su historia.

Sobre sus tumbas se pueden encontrar personajes ilustres, leyendas olvidadas y todos esos trozos del pasado que se pueden descubrir entre los bellos monumentos y esculturas.

Acá podes ver Mas fotos.
Las fotos: La bóveda de Rufina y su mano en el picaporte de la puerta, tomada el 4/10 en La Recoleta.

La vida secreta de las palabras


Siempre veo las películas con nombres largos.

Algunos títulos me parecen pequeños poemas, como "El viento que agita la cebada" o "Mientras nieva sobre los cedros" o "No te vayas sin decirme donde vas" o "Donde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar"

Me vienen a la memoria otros títulos como "La suma de todos los miedos"; "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos"; "El día después de mañana" ...

Lo peor del caso es que la mayoría de las veces solo es interesante el título, y solo es eso lo que recuerdo después de verlas. Solo el título.

Luego de tenerla guardada durante largos meses, hoy ví "La vida secreta de las palabras" y me quedé gratamente sorprendida.
Me mostró que se siente cuando uno encuentra a alguien que nos hace abrir el corazón; que nos pasa cuando llega esa persona que derriba nuestros muros y no nos deja otra alternativa que entregarnos.
La intimidad, el pasado, los miedos, el dolor y por fin la esperanza. Todo junto en las últimas imágenes y el diálogo final.

Josef: He pensado que ... tú y yo podríamos ir a un sitio juntos. Uno de estos días. Hoy. Ahora mismo. Ven conmigo Hannah.
Hannah: No, yo ... Creo que no va a ser posible.
Josef: ¿Por qué no?
Hannah: ... Porque si decidiéramos irnos a un lugar juntos, me da miedo que, un día, hoy no, quizás ... quizás mañana tampoco, pero un día, de repente, puede que empiece a llorar y llorar y llore tanto que nada ni nadie pueda pararme y que las lágrimas llenen la habitación, que me falte el aire y que te arrastre conmigo y que nos ahoguemos los dos.
Josef: Aprenderé a nadar Hannah. Te lo juro. Aprenderé a nadar.